Me dijo alguien que no tiene mucho sentido
sentarse a esperar aquello que mal llamamos inspiración y que en
realidad no es más que el fruto del duro y constante trabajo. Duro
dilema para un alma presa de la inquietud como la mía que anda de aquí
para allá más pendiente de crear que de plasmar negro sobre blanco lo ya
creado.
No deja de ser curiosa esta sensación de escribir. Solo
ante la página en blanco con el firme propósito de dar vida a una
historia con unas letras. Hay que verlas en la página. Negras, todas
negras. En fila como colegiales aplicados, inmóviles como estatuas,
caprichosas y distintas.
Pero, ¡ay amigo!, todo debe cambiar al
leerlas. Hay que sentir cómo toman vida y te envuelven, y sentir que te
erizan el vello, arrastran lágrimas, o te sonsacan carcajadas. Te
hablarán de lejanos rincones, de ocultas sensaciones, de lamentos y
risas, de virtudes y defectos, de locuras pasajeras y deseos
satisfechos, de ambiciones y desencantos, de todo cuanto somos y hemos
hecho. Las lees y las sientes, y al cerrar el libro las vives en tus
sueños.
Así que como decía al principio, no deja de ser curiosa esta
sensación, pues todo escritor es lector, y debería sentirse de este modo
ante sus obras. ¿Acaso no requiere esto cierta inspiración?
Un saludo.
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